4 de Julio – Día Nacional del Médico Rural

La fecha fue elegida en conmemoración del nacimiento del doctor Esteban Laureano Maradona (1895-1995) “en recuerdo de su vida ejemplar, que se une a la de todos los médicos rurales argentinos cuyas historias anónimas nos esconden sus nombres y sus desvelos” (Ley 25448). Médico rural, naturalista, escritor y filántropo, dedicó su vida a los más necesitados con abnegación y una profunda vocación de servicio, asumiendo un compromiso con la denuncia de la injusticia y con la defensa y atención de los indígenas y los pobres.

                              Esteban Laureano Maradona frente a su casa en Estanislao Del Campo.
 

Su historia comienza en 1926 cuando obtiene el título de médico en la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor. Perseguido por el régimen que derrocó a Yrigoyen, partió para Paraguay donde se desataba la Guerra del Chaco Boreal, con apenas una valija de ropa, un revólver 38 y su diploma de médico como todo equipaje. En Asunción se alistó como aspirante a camillero; al terminar el conflicto ya era Teniente Primero Médico y Director del Hospital Naval de Paraguay. Durante su gestión donó todos sus salarios a los soldados paraguayos y a la Cruz Roja.

Volvió entonces a Argentina. El 9 de julio de 1935 el destino de este joven médico de 40 años quedó sellado: “Había que tomar una decisión y la tomé. El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del Paraje Guaycurri (que con los años sería Estanislao del Campo) cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces ininteligibles que me llamaban en idiomas diferentes. Entonces me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después, como dijeron por allá, le había “salvado” la vida a una indiecita que después se me presentó como Mercedes Almirón y que hoy vive en Tucumán rodeada de sus nietos y sus bisnietos. Un parto distócico había estado a punto de terminar con ella y con el bebé. Fue entonces cuando decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. La bienvenida me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida.” 

Su labor no se circunscribió a la asistencia sanitaria: convivió con los indígenas, se interiorizó de las múltiples necesidades que padecían y trató de ayudarlos también en todos los aspectos que pudo: económicos, culturales, humanos y sociales. Realizó gestiones ante el Gobierno provincial y obtuvo la adjudicación de tierras fiscales. Allí fundó una Colonia Aborigen, fundó la primera escuela bilingüe del país y les enseñó faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. En ese olvidado rincón de la patria logró erradicar los flagelos de la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera, el paludismo y hasta la sífilis.

Cuando su historia trascendió el monte, el doctor Maradona dijo: “Nunca pude entender quién inventó esas macanas de que yo era como Ghandi o de que era el Albert Schweitzer de la Argentina, eso no me causa gracia porque yo odio el exhibicionismo en cualquiera de sus manifestaciones. Yo soy sólo un médico de monte, que es menos aún que un médico de barrio”.

El “Doctorcito Dios”, “Doctorcito Esteban” o “el médico de los pobres”, a los 90 años se despidió sencillamente de “su gente” y se tomó un ómnibus para Santa Fe. Las autoridades lo detectaron y le consiguieron una ambulancia para que completara el viaje, del que llegó tan mal que fue necesario internarlo por un mes, y pidió expresamente a su familia que siempre fuera en un hospital público. Casi 9 años después, pisando el siglo de vida, con su habitual lucidez y su intuitiva sencillez escribió: “Así viví muy sobriamente cincuenta y tres años en la selva, hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber”. 

Escribió libros científicos de antropología, flora y fauna, y renunció a todo tipo de honorario y premio material. En 1981 un jurado compuesto por representantes de organismos oficiales, de entidades médicas y de laboratorios medicinales, lo distinguió con el premio al “Médico Rural Iberoamericano”, que se adjudicaba con una importante suma de dinero, la que rechazó solicitando que con ese fondo se instituyeran becas para estudiantes que aspiraban a ser médicos rurales. La Organización de las Naciones Unidas le entregó el premio Estrella de Medicina para la Paz.

Un par de frases por él dichas sintetizan muy bien su pensamiento sobre su profesión y su manera de vivir:

"Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes"
"Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado"